viernes, 10 de febrero de 2017

CASTA DE TAPICERO.





      La Virago se inclina, se hunde sobre sus horquillas cuando paro en la tapicería de José Pardo, es una reverencia, es mi propio gesto cuando me quito el casco y observo el trabajo de José, pero el joven tapicero ni me habla de los sillones, desea hablar de su padre, me habla de su padre, de Toni Pardo, uno de los últimos tapiceros  valencianos que aprendieron el oficio siendo muy jóvenes, ni siquiera adolescentes.
    -No está muy bien -admite José- ahora se le ha pasado a los huesos, el otro día vino por aquí, quería coser un doble vivo y no pudo, se levantó y se fue a casa -sus ojos se humedecen, recuerdo la enfermedad de mi padre y el momento en el que me quedé solo en el taller de esqueletajes, José esta a punto de quedarse solo en la tapicería- el ya no puede trabajar, le cuesta pensar pero yo necesito que esté aquí, me aconseja y a veces solo con su mirada entiendo lo que quiere decir, me podría enseñar tanto... pero la morfina lo esta dejando como dormido, los huesos le duelen horrores.
   - Has aprendido mucho José, lo suficiente para continuar con este oficio y vivir de él, mira esos sillones, no puedo dejar de mirarlos, has hecho un trabajo acojonante chaval -aprieto su mano y le miro a los ojos, las retinas reflejan el dolor de su alma por el padre que se marchará, el miedo a la soledad,  reflejan el miedo al futuro, reflejan sus dudas- no te preocupes José, yo te voy a ayudar y los tapiceros con los que trabajo también, estamos para eso. Eres de los pocos jóvenes que tienes escuela y no vamos a permitir que los conocimientos que tu padre te ha transmitido queden en el olvido.