Mas de una vez alzo la vista y veo las telarañas que cuelgan del techo acolchado de la sala de maquinas, también observo los espesos velos grises que se anclan entre el canalón de desague y la pared de ladrillo visto. Las arañas habitan ahí y todas las mañanas desesperan porque las únicas presas que caen en sus redes son las motas de serrín que flotan en la atmosfera del viejo taller de esqueletaje. Contemplarlas me recuerda la vejez del taller y a veces me parecen que anuncian la inevitable decadencia
Los sutiles hilos de seda que tejen con sus ocho patas tardan poco en convertirse en filamentos gruesos, en hilos o cuerdas que terminan formando una tela capaz de cortar hemorragias y de taponar cortes, me lo decía un vecino que se quedó inmóvil en medio del taller, mirando los techos y aspirando el aroma de los tablones de pino talados en las Landas francesas.
- Joder..., cuantos recuerdos me trae este olor..., y las telarañas, me acuerdo que el oficial que nos enseñaba nos curaba con ellas las heridas cuando nos hacíamos un corte. Cogía un listón y descolgaba del techo una de las telas, nos envolvía el corte con ellas y después nos enviaba al hospital.
Le escucho alucinado y vuelvo a mirar a las telas de araña, sonrió y el taller me parece menos decadente con ellas colgando de techo, forman parte del paisaje, de mi entorno, de ese hábitat en el que paso la mayor parte de mi tiempo y de mi vida.
El vecino cabecea recordando aquellos trece primeros años de mi vida y me observa montando el ultimo esqueletaje, un sillón Chesterfield, que casualidad.
- Es un Chester... -le comento.
Y me vecino vuelve a sonreír, vuelve a aspirar el aroma de la madera y apreta contra si mismo a su hija de unos ocho años, es china y le encanta hacer dibujos con el serrín.