Creo que en el viejo taller de esqueletaje jamás se le hizo una foto a un armazón, si que puedo recordar a mi padre observando alguna de ellos y asintiendo varias veces satisfecho de su trabajo, incluso recuerdo una anécdota que me contó pocas veces.
Un cliente le encargó un sofacito a medida para colocarlo bajo el hueco de la escalera de un portal, creo que era de estilo o puede que una Mariantonieta. En aquella época era normal encontrarte portales que recordaban al zaguán de una vivienda y que invitaban a esperar al vecino o amigo, acomodado en algunos de esos sofás o sillones, contemplando los tapices o los oleos que solían decorar las paredes, mirando hacia la calle viendo el trasiego de la gente o cruzando algunas palabras con el portero o con la portera.
De niño pensaba que esos porteros y porteras vivían en las entrañas de los edificios, pensaba que esos matrimonios que entraban y salían por las puertas del entresuelo, habitaban los patios de luces y las salas de las calderas. Les tenia cierto temor, nunca nos dejaban jugar cerca de sus portales y conocían a nuestros padres, incluso conocían los secretos de aquellos edificios y los de sus moradores.
Papá no llegó a hacerle una foto a aquel sofacito, pero si le dedico muchas miradas y muchas sonrisas de satisfacción, tantas miradas y tantas sonrisas que uno de esos días, papá volvió al despacho, rompió la factura que ya tenia hecha y preparó otra con un precio algo mayor. Pero el cliente seguía sin aparecer y papá seguía contemplando aquel sofacito todos los días, seguía sintiéndose orgulloso de él, tanto que volvió a romper la nueva factura y el precio subió de nuevo.
Cuando el cliente apareció por el taller se deshizo en elogios y se llevo el sofacito del zaguán feliz y satisfecho, pensando ya en como tapizarlo para que todos los vecinos y visitantes de aquel edificio pudiesen contemplarlo dignificando aquel lugar tan poco glamuroso, bajo el hueco de la escalera.
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